Una de las industrias más afectadas por la pandemia fue sin duda el turismo. Los cruceros no son ajenos a esta situación, debido a que sus principales clientes son las personas de tercera edad y, también, las de mayor riesgo de contagio.
La suspensión de pagos de Pullmantur, la única empresa de cruceros basada en España y propiedad de Royal Caribbean, fue un aviso sobre el futuro de este negocio.
Para 2020 estaban previstos unos 34 millones de viajes en los 276 barcos operativos. Un gran crecimiento para la última década. Los barcos, cada vez mayores, permitían más actividades a precios competitivos con los de los hoteles de igual categoría.
Para los consumidores de este tipo de propuestas, poder visitar Venecia o Barcelona y después otras ciudades durante el día, sin tener que buscar hotel ni cargar con las maletas, es un valor agregado muy interesante.
Los buenos precios son posibles gracias a la utilización de banderas de conveniencia. Las mismas permiten rebajar la factura de los impuestos. A su vez los empleados carecen de sindicatos y están obligados a permanecer durante meses en el mar sin días de descanso. Con la pandemia ambos asuntos han salido a la luz.
Negocio a la deriva
El modelo de negocio de los cruceros se encontró en problemas con la pandemia. Las empresas no tienen derecho a las subvenciones que el gobierno americano está concediendo a otras sociedades del sector, como las de la aviación. Más de 100.000 trabajadores del mundo de los cruceros han quedado inmovilizados dentro de los buques, sin poder ser repatriados al no aceptar muchos puertos su desembarco.
En este contexto los destinos del Mediterráneo, no van a recibir muchos visitantes este verano. En Venecia se quejan de que la llegada de estos gigantescos hoteles flotantes. Los comercios locales y lugareños no consideran rentable este gran fluyo de turistas, ya que no disponen de tiempo. Los cruceros les dan apenas 6 horas para recorrer la ciudad. Las compras no superan los 20 euros por persona, según algunos comerciantes entrevistados por Financial Times.
En contrapartida, los turistas que se alojan en hoteles, pueden visitar los lugares emblemáticos antes o después de la llegada de los cruceros o desplazarse a la otra Isla, Giudecca, o a las pequeñas de la zona de Murano. Y en otras palabras, gastan más dinero.
En Barcelona la situación es similar, pero el espacio portuario es mayor.
Sin clientes no hay paraíso
Los consumidores de cruceros se caracterizan por ser muy fieles a este tipo de vacaciones. Sin embargo, muchos de ellos están en la franja de edad que se considera de riesgo. Las empresas han empezado a diseñar medidas que se aplicarán al reanudarse las actividades, como reducir el número de pasajeros, suprimir los bufetes y aumentar los controles de sanidad, garantizar la asistencia médica a bordo.
Estas decisiones de negocio replantean la estrategia de venta, como también los destinos. Ya no van a ser recibidos como antes en los lugares tradicionales y están buscando nuevas propuestas, como destinos menores y más cercanos al puerto de salida en el Mediterráneo. Si pretenden seguir a flote, deberán cambiar muchas cosas.
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